lunes, 6 de septiembre de 2010

Cap 17 : Esas hormigas que cubren a un animal


Todas las noches, antes de acostarme, me esfuerzo por escribir sobre algo nuevo que hayan hecho los enanos durante el día. Quiero dejar constancia de esa primera vez. La gran cantidad de fotografías digitales que les estamos haciendo no les servirán para conocer su historia. Podrán ver su vida como hasta esta generación nadie ha tenido la posibilidad de hacerlo, pero esas fotografías, rondando lo importante, no darán con ello. A veces lo importante puede estar en la forma en la que repiten una canción que escuchan, en los extraños sonidos que utilizan para pedir algo ahora que todavía no han aprendido a hablar o en su reacción cuando escuchan la palabra “yogur”.

Me digo que es por ellos, que, de alguna forma, saber todos esos detalles de su vida les servirá para tener un anclaje en la realidad. Podrán aguantar de pie cuando lleguen esos momentos en los que se cuestionen su lugar en la vida , que es la verdadera duda metódica, no esos juegos florales de Descartes. Así sabrán que ya desde el primer momento fueron importantes.

Esta es una razón, pero no la única. También influye el deseo de luchar contra el tiempo o, como lo cuenta Rosa Montero en “La loca de la casa”, contra la Muerte, que es un sinónimo de la desaparición de todo lo que olvidamos. En mi caso no es una muerte con mayúsculas, sino una serie de pequeñas muertes que danzan alrededor del día como esas hormigas que cubren a un animal, lo matan y no dejan nada de él. Con los enanos el tiempo va más deprisa. Los cambios son tan rápidos que la sucesión de hechos nuevos acaba primero por reducir el pasado y después por borrarlo. Es como asomarse por la ventana del tren para ver por dónde se está pasando y descubrir que es tal la velocidad a la que se viaja que los nombres de las estaciones se unen en una gran frase.

Lo único que permanece constante es el cansancio con el que nos hemos acostumbrado a vivir. Cuidar a dos mellizos es algo muy exigente. Ese cansancio nos fija al presente y nos hace creer en la persistencia del momento : el llanto de esta noche, la negativa a tomarse el Augmentine o la insistencia con la que lanzan el mando contra el suelo son sucesos que parece que vayan a repetirse indefinidamente. La tramposa evidencia del presente. Basta relajarse un poco para sentir la velocidad del tren y saber que también eso pasará y que, de alguna forma, lo echaremos de menos.

Son las dos de la mañana. Al lado, tengo el receptor con el que vigilo el sueño de los enanos. La luz roja indica que hay corriente, la verde, que hay conexión con el aparato que hemos puesto en su habitación. Hoy no ha sido un día del que sea fácil recuperar dos hechos nuevos. La enana ha estrenado dos pendientes nuevos porque ha vuelto a perder la tuerca de uno del juego anterior. El enano ha vomitado en la terraza, que era el único sitio de la casa en el que hasta ahora no lo había hecho. No es gran cosa. Sé que alguien con más talento se habría fijado en otros detalles más relevantes de hoy. Hay días, sin embargo, en que sé que he acertado con lo que recojo. Esa sensación de dar con lo significativo hace que las palabras salgan con fluidez y que, al acostarme, me lleve a la cama la impresión de haber hecho algo importante. No es el caso de esta noche. Son las dos y cuarto y estoy cansado.

Mañana, según leo, Zidane puede jugar contra el Mallorca. Será su primer partido después de la lesión, por lo que no saldrá de titular..

sábado, 7 de agosto de 2010

Cap 16 : ¡Que no se despierte!


Ver el segundo partido de la Copa de Europa, contra el Olympiakos, que se retransmite por la 1, me cuesta cuatro euros con veinte. La máquina para comprar un día de televisión está en la entrada del hospital, justo a la cafetería. Son tres pasos muy sencillos : meter el importe (exacto), seleccionar televisión o teléfono y marcar el código que aparece en el ticket que obtienes en el teléfono de la habitación. Después de desayunar y de echarle un vistazo a la prensa (entrevista con Helguera en El País, diciendo que el del 2000 sí que era un equipazo) cuento con cuidado las monedas y, aliviado por tener la cantidad que necesito, saco el ticket. El acto tiene algo de juego de azar : no sé qué tipo de partido he comprado.

La televisión es pequeña y está colocada sobre una base demasiado alta. La enana tiene que elevar tanto la cabeza para ver a los Lunnis que acaba desistiendo y vuelve a prestar atención a los juguetes de la cuna, agarrándolos y lanzándolos más lejos según la intensidad con la que le pedimos que no arroje los juguetes. Si se ve sin nada que tirar por encima de los barrotes de la cuna se agarra la vía por la que le ponen el Augmentine y se la quita, dejando que de su mano caigan unas gotas redondas, perfectas, en el suelo de la habitación. Mientras Marta llama a las enfermeras, yo me agacho con una toallita húmeda y me siento como el criminal que trata de borrar las pruebas.

Decir que no sé qué tipo de partido he comprado es mentir. Después de perder el primer partido de la Liga de Campeones, no ganar en casa a un equipo griego con nombre de colonia para hombres sería un suicidio. De lujo, sí, pero suicidio. Me imagino a los periodistas afilando ya sus titulares en el anuncio de lo que parece un nuevo año sin títulos. “No hay dos sin tres”, por ejemplo.

A las nueve menos cuarto enciendo la televisión, que hoy se ha centrado en el nivel uno de restricción de agua para Madrid, y veo el verde del campo, a los chicos formados y, de fondo, ese tema épico que me hace entrar en calor, como si fuera un pollo dando vueltas en un asador. Una par de horas antes he hablado con mi padre.

-No sé si voy a ir al Bernabéu – me dice – Me da pereza, sobre todo la vuelta.

En ese “sobre todo la vuelta” me resume lo que espera del partido. Hace un par de años nos habríamos ido los dos sin ningún problema. Ahora, cosas de la paternidad, me encuentro con el agua de la bañera lista, la toalla a mano, la crema hidratante junto a mí y una bolsa de El Corte Inglés. Con la bolsa pretendo envolver la mano en la que la enana tiene la vía. Si la enana vuelve a perder la vía temo que las enfermeras se venguen por la noche. Tan concentrado estoy en la bolsa que me pierdo el primer gol del Madrid.

¡El primer gol en el minuto nueve! Esa precipitación no casa bien con el espíritu de un equipo que a veces sale al campo como pensando que eso de jugar los noventa minutos es cosa de plebeyos con zapatillas con remiendos. En el Bernabéu, los goles tienen que llegar más tarde. ¿Acaso no recordó Sting que un caballero camina deprisa pero nunca corre? El pase de Beckham es preciso y Raúl lo coloca dentro de la red. Bajo la luz de la Copa de Europa, todo parece brillar.

El gol me sienta bien. El baño va como la seda y la enana, como queriendo colaborar con el buen ambiente de la habitación se come su puré sin dar problemas. Veo al Madrid ajustado, seguro de que pronto caerá el segundo Y, cosas de la vida, del fútbol y del Madrid, cuando estamos mirando todos para un lado del túnel esperando al tren que traerá el segundo gol, éste tren aparece por el otro lado, rápido y ajustado al poste, donde Casillas no puede llegar por mucho que se esfuerce en despertar al orangután que llevamos dentro y trate de estirar el brazo un poco más para rozar con los dedos el balón. Más que un cercanías, lo que vemos pasar es al AVE con el nombre de Kafes en la máquina principal. Pues nada, a empezar de nuevo, que esto es el Madrid.

Este gol de Olympiacos llega en el tercer minuto del segundo tiempo. Ahora la habitación está a oscuras y en silencio porque la enana ya duerme en su cuna. Marta también se duerme en el sofá en cuanto se tumba. A mi me queda la cama de los enfermos, lo que me hace sentir incómodo. Bastante mal rollo, por decirlo de una forma precipitada, como el juego del Madrid. Entran las prisas : todos ellos se veían en la sala de espera de los vuelos internacionales, jugando con su PSP y hablando por sus móviles de última generación y llegan estos griegos y les quitan la documentación.

Sin documentación surge el problema de la identidad. ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y todo eso que da de comer a los filósofos. Los griegos, que nos tenían que echar una mano, que para eso son los padres de la filosofía, se desentienden el problema y se dedican a profundizar en la herida existencialista del Madrid. No es que hagan mucho, pero lo poco que hacen lo hacen bien, como su cocina. La desorientación también llega al banquillo y Luxa, donde dije Salgado, digo Diogo. Salen también Pablo García y Baptista y entran Gravesen y Soldado. Con la fama de Gravesen y el nombre de Salgado, lo que parecía un paseo por Atenas se convierte en una práctica en Esparta que Sergio Ramos se toma tan en serio que se lleva la segunda tarjeta roja de la temporada a casa.

Conforme pasan los minutos voy haciendo sitio en mi cama de hospital para que el Madrid, al que veo más y más pálido conforme se aproxima el final del partido, se tumbe junto a mí y se ponga en las manos de algún médico de verdad. Sería un ingreso de urgencias con unos síntomas que ya nos sabemos de memoria, como si describiésemos la eterna enfermedad del abuelo.

Y ahí está el médico de urgencias, tomando ya nota para abrirle la ficha (Que se le acelera el pulso y ya no sabe dónde tiene la cabeza), cuando Soldado, en un doble remate, le devuelve a cada jugador su documentación para que todos puedan coger su vuelo. Resulta extraño ver ese gol en una televisión tan pequeña, sin sonido, y sin poder celebrarlo, como si fuera un gol que nos hubieran metido. Me limito a apretar los puños y a golpear la cama.

La enana hace un ruido extraño. ¡Que no se despierte! ¡Que no se despierte!

(Al día siguiente le darán el alta a la enana y las cajas de bombones que les entregamos a las enfermeras no mostrarán todo nuestro agradecimiento por lo bien que se han portado con nosotros, logrando que el hospital parezca un hotel)

martes, 3 de agosto de 2010

Cap 15 : ¿Y tú, qué haces en la vida?


El domingo por la mañana vemos que la enana tiene la parte inferior del ojo derecho inflamada y morada. Como el día anterior estuvimos en el campo, en casa de unos amigos, pensamos que puede haberla picado algún bicho. La explicación que nos damos no es muy convincente, porque lo de bicho engloba tanto a Andrea, una tortuga de más de setenta años que se esconde por el jardín, como a las hormigas que se subían por los pantalones mientras comíamos. A pesar de no ser muy exacta, funciona como excusa y tratamos de seguir con el domingo como si nada hubiera cambiado : desayuno, paseo, comida y reunión con otros amigos.

Antes de terminamos el zumo de naranja del desayuno decidimos que lo más sensato es ir a urgencias para quedarnos tranquilos. Llegamos al hospital a las doce. Marta entra con la enana. Yo me quedo en el coche con el enano, esperando a que se despierte para juntarnos con las mujeres. Una hora después entro con él en la sala, llena de padres con sus hijos.

-Acaban de hacerle unos análisis y estamos esperando los resultados – me dice Marta.

El equipo de urgencias lo forman dos enfermeras, dos pediatras y una recepcionista. Cada cierto tiempo entra y sale un hombre con uniforme azul llevándose los botes de orina y de sangre y trayendo los resultados. Como nuestros resultados tardan en llegar, puedo fijarme en todos los casos que van presentándose : un niño que se ha caído de un columpio, una niña que lleva con fiebre dos días, un bebé que no para de llorar, un niño con una tos ronca, un niño al que le duele la tripa desde ayer. Me sorprende la forma en la que los padres explican su caso a la chica morena de recepción. Dan la información necesaria sin añadir nada accesorio. Pocas veces la recepcionista tiene que hace más de un par de preguntas para abrir la ficha que pasa a las enfermeras.

Al rato, la pediatra que nos ha atendido, una mujer de unos cuarenta y cinco años, alta, delgada y con ese aire de maestra exigente que pide a los alumnos que se adapten a su ritmo, se asoma y pronuncia el nombre de la enana.

-Los análisis nos son buenos. Han salidos bastantes leucocitos, por lo que hay una infección seria. Una tema de bacterias . Quiero que le hagamos una placa y que la vea el oftalmólogo para decidir si los antibióticos se los vamos a dar por vía oral o en vena. Si es así, me gustaría ingresarla unos tres días para tenerla controlada.

Desaparecen los planes y la posibilidad de que todo fuera causa del picotazo de un bicho. Los dos sabíamos que nos engañábamos. Uno de los escasos poderes que se te conceden cuando eres padre es el de presentir el futuro con unos pocas horas de antelación de una forma vaga. A veces es una intuición y otras, como en nuestro caso, la sombra del remordimiento. La palabra bicho desaparece y su lugar la ocupa la palabra ingreso.

No es necesario que nos repartamos los papeles. Yo me quedo con él y Marta es la que se lleva a la enana a hacer las pruebas. Después de hacerle la placa, con comentarios de todas las enfermeras que tratan a la enana hacia su ojo, le echan unas gotas en los ojos para dilatarle la pupila. Mientras, llaman al oftalmólogo de guardia, que se presenta vestido de calle y con una forma de responder a las preguntas de Marta que mezcla la profesionalidad con la molestia de haber dejado una comida de domingo para valorar lo que la pediatra llama celulitis.

Es la propia pediatra la que nos vuelve a llamar para explicarnos los resultados.

-El oftalmólogo no le ha dado mucha importancia y la placa no presenta nada raro. De todas formas, creo que lo más apropiado es ingresarla.

Marta pasa con la enana a una sala apartada, donde trabajan las enfermeras, con tres camas. Yo me marcho a dejar al enano con mis padres. En el camino, el programa de deportes comenta el partido del Madrid contra el Alavés.

-Este es un equipo que tiene problemas con el primer tiempo. Hasta ahora, todos los partidos los ha solucionado en el segundo tiempo.

El “hasta ahora” hace referencia sólo a cinco partidos y la mención al segundo tiempo, hablando del Madrid, sobra por obvia : el Madrid pierde sus partidos en el primer tiempo y los gana en el segundo. Voy a quejarme en voz alta, pero prefiero no alterar al enano, que mira la silla vacía de su hermana como si ya sospechara que algo no va bien.

Una hora más tarde vuelvo al hospital y doy en recepción el nombre de mi hija, pensado que ya le habrán dado habitación.

-Todavía está en urgencias – me dice.

Las dos siguen donde las dejé. A la enana le han puesto una vía en la mano izquierda. Para que no se la quite, le han colocado la mano sobre una base de unos diez centímetros y se la han fijado con varias tiras de esparadrapo blanco.

-El hospital está lleno. Van a ver si nos encuentran habitación en el San Rafael o si nos mandan a otro.

Sólo se permite la presencia de un adulto en la sala, así que nos vamos turnando. En la cama del fondo, una madre pasa lentamente las hojas de su revista junto a un bebé que duerme. En la de al lado, una niña de unos cinco años respira oxígeno con una mascarillla. Su madre le coge la mano derecha y se la acaricia sin decirle nada. Mi hija estira su brazo derecho, pidiéndome que la lleve a ver los dibujos infantiles que están colgados de las paredes : dos conejos de pie, un circuito con tres coches y la clasificación de la carrera en la que Alonso es el primero, seguido por Kimi y Fisichella y un campo de fútbol en el que los jugadores del Madrid son cuadrados y los del Chelsea, redondos, con un resultado de tres a uno a favor del Madrid. La enana parece fascinada por el dibujo de los dos conejos. Y yo, tras tener que llevarla a verlo varias veces, también.

Si en la sala podía ver trabajar a la recepcionista, aquí sigo el ajetreo de las enfermeras, preparándole las fichas a las pediatras, colocando bolsas para que los niños orinen, ordenando las muestras, repartiendo termómetros, colocando vías y haciendo visitas a otros departamentos a por material. Hablan entre ellas como si estuvieran solas. En un momento entra nuestra pediatra.

-¡Este es el peor día desde verano! – comenta una de las enfermeras.
-Me lo vas a decir a mí, que llevo aquí desde las diez. ¿Quién es el siguiente?

Miro el reloj. Son ya las siete. Beso a mi hija en la nuca. Nos pasamos la siguiente hora visitando a la pareja de conejos cada cinco minutos. La recepcionista nos llama para decirnos que en el San Rafael tampoco hay sitio, que podemos elegir entre ir a Torrelodones o pasar la noche en la sala, por si quedara libre una habitación. Le pedimos tiempo para pensarlo. Una de las enfermeras se nos acerca y nos comenta confidencialmente que a ella Torrelodones le gusta mucho. Recuerdo a esas vendedoras de entradas del Fringe, el gran festival de teatro alternativo de Edimburgo, que tenían prohibido comentar nada de las obras representadas pero que siempre dejaban caer un comentario sobre alguna sin mirarte y sin dejar de teclear.

Aceptamos la opción de Torrelodones. Sólo queda esperar a que manden una ambulancia desde allí. A las nueve vienen a recoger a la enana. Marta sube con ella y yo les sigo. En el hospital de Torrelodones nos pasan a urgencias mientras nos asignan una habitación. Nos recibe una pediatra argentina que bromea con la enana, y, después de leer la ficha que le pasan los de la ambulancia, mandan que le pongan un suero con Nolotil. La enana tiene casi cuarenta grados. Son más de las diez y conserva una energía que a nosotros ya nos falta.

Seguimos viendo llegar a los padres con sus hijos. Las pediatras les escuchan con atención y en unos segundos deciden qué van a hacer. No sé si yo sería capaz de hacer un trabajo como ése. Envidio esa llamada de la vocación que te empuja hacia un fin en tu vida, aunque el camino no sea fácil y el trabajo resulte muy exigente : Un padre llega con su hija en pijama y una mano vendada. Un medico mayor se acerca a ver a la niña y habla con dos enfermeras. Mientras le traen lo que necesita, extiende una cortina azul para oculta a la niña. Veo los calcetines de la niña. Uno de ellos está manchado de sangre. Tres círculos rojos. El médico pasea por la sala con las manos a la espalda, ajeno a los gritos de dolor de la niña, que no deja de llamar a su madre. Veo que me sostiene la mirada al descubrir que le observo. ¿Y tú qué haces en la vida?, parece decirme. Cuando las enfermeras vuelven, él se pone dos guantes y se acerca a la niña. Los gritos suben de intensidad. Los pies se agitan con fuerza. El padre intenta, inútilmente, calmarla. Sólo el médico, que le va explicando lo poco que le queda para terminar, parece lograr algún efecto en ella.

La temperatura de la enana va bajando. La pediatra vuelve para mirarle los oídos y la boca.

-Se lo tenía que haber hecho antes, pero no quería molestarla más con la fiebre que tenía – nos dice.

Le preguntamos cuándo nos van a dar una habitación.

-Estamos desbordados – dice sonriendo, como si supiera que en el momento de utilizarla esa palabra ya quedara obsoleta para referirse a la realidad.

A las once nos dan una habitación, la doscientos once, sin cuna. Marta sale a hablar con las enfermeras, que le dicen que van a buscarnos una, pero que no pueden decirnos cuándo la tendremos. Media hora más tarde llaman a la puerta y una enfermera hablando en voz baja, como si hubiera obtenido la cuna con métodos poco éticos, nos dice que no ha podido encontrar las sábanas, que eso ya va a resultar imposible.

Nada más acostar a la enana, se queda dormida. Marta se tumba en la cama y yo ocupo el sofá. Me duelen los riñones La habitación está totalmente a oscuras. Por debajo de la rendija de la puerta principal entra un poco de luz. Escucho las respiraciones de mi mujer y de mi hija y siento que, de alguna forma, no estoy a la altura. Ese desnivel que no sé cómo cubrir.

Me obligo a pensar en otras cosas y es entonces cuando me pregunto si el Madrid habrá ganado. Tendré que esperar al día siguiente para leer la crónica del partido contra el Alavés que el Madrid gana por 0 a 3. Descubro la nueva forma que tienen los jugadores del Madrid de celebrar los goles. El periodista la llama “la cucaracha”. Por lo que veo en una fotografía consiste en tumbarse boca arriba y mover las piernas y los brazos. Ahí están, en el suelo, Ronaldo, Ronaldinho y Baptista. El periodista los disculpa. A mí, después de lo que he visto hoy, me parecen tres gilipollas haciendo el memo. Cuatro, si incluimos al condescendiente periodista.

jueves, 29 de julio de 2010

Cap 14 : Energía para todos


El viernes a las tres y media, un día después del partido contra el Athletic de Bilbao en el Bernabéu, espero a Marta en La Vaguada para ir a comer. Tenemos sólo una hora para tomar algo e ir a la guardería a por los enanos.

Desde donde estoy, veo a la gente que sube por las escaleras mecánicas del primero al segundo piso y de éste al mío. En el segundo piso hay un pequeño puesto del Real Madrid en el que se le informa a la gente de las ventajas de tener el carné madridista. Estas últimas semanas ese pequeño stand estaba rodeado de esa tristeza que se percibe cuando, de madrugada, uno se acerca a pagar el ticket del aparcamiento y le atiende un tipo al que le queda el consuelo de que, en materia laboral, las cosas sólo pueden ir a mejor. Hoy, los tres vendedores, dos chicas y un chico con trajes negros, se mueven con energía entre la gente que pasa cerca, utilizando las fórmulas que les han debido enseñar en un curso rápido de unas pocas horas.

Parece que los tres se hubieran contagiado de la energía que el equipo demostró ayer en el segundo tiempo. Durante el primer tiempo todos se movieron con esa sensación de torpeza y desorientación con la que uno camina por el aparcamiento cuando, pagado el ticket al de la caja, no se encuentra el coche donde pensaba que lo había dejado. La única salida es recorrerse todas las plantas con meticulosidad sin que se note que estás perdido para evitar que la gente descubra que no sabes qué hacer. Todos los jugadores, menos Casillas, andaban con la llave en la mano pero con una amnesia total en lo referente a la manera de jugar. De nuevo, esa impresión de que ninguno estaba en su sitio. El que más confundido estuvo fue Woodgate, que no sólo se había equivocado de planta, sino de garaje : un gol en propia puerta y expulsión por doble amonestación en su primer partido después de un año lesionado.

El chico del puesto del Real Madrid es bajo, delgado y con perilla. El traje que lleva es de su talla, lo que es raro. Los que atienden puestos como el del ING o Patagon, en la primera planta, tienen trajes o grandes o pequeños, como si la rotación fuera tan elevada que los empleados los pidieran prestados a algún familiar. Este chico se mueve entre los posibles clientes con rapidez. Busca a quién acercarse y, cuando lo elige, le dice, muy serio, algo que provoca siempre una sonrisa en el que se para a escucharle.

Algo parecido hizo ayer Guti cuando salió en el segundo tiempo sustituyendo a Gravesen. Cogió el cuaderno de ejercicios que Gravesen había rellenado en los primeros cuarenta y cinco minutos y se dedicó, como si fuera un profesor exigente, a corregirlo sobre el campo. No quedó nada sin tachar. A Guti parecía sobrarle energía. El balón se aligeraba cuando él lo tocaba, trazando al soltarlo unas cuantas líneas perfectas que destacaban sobre una coreografía enmarañada como un plato de espaguetis. Uno de esos pases trazó sobre el área de Aranzubia el dibujo del Zorro, con Ronaldo en el primer vértice y Raúl en el segundo para meter el segundo gol. Una jugada que fue como el latigazo que el equipo necesitaba. Todos parecieron recibir una pequeña descarga eléctrica y este lujoso monstruo de Frankesntein, construido a base de retazos de oro, dio señales de vida.

Fue una lástima que el árbitro, cosas del fútbol, dejara al Madrid con uno menos justo, justo, cuando se ponía por delante en el marcador con ese gol de Raúl que acababa con el empate a uno por los tantos de Robinho y Woodgate . Luxemburgo fue el único que experimentó un momento de pánico y sacó a Ronaldo por Rául Bravo para subirle así un estante más el tarro de las galletas a unos leones que viendo, como el resto del Bernabéu, que no se iban a llevar ningún punto, decidieron pedirle unas cuantas tarjetas amarillas al árbitro para repartirlas luego entre la familia. Raúl marcó el tercero y todos salimos del campo con menos frío en el cuerpo, como si, por fin, uno pudiera calentarse con el juego del Madrid.

El vendedor del Madrid se acerca a Marta. Viene caminando deprisa y no se me ocurre nada que pueda hacer para conseguir que se pare. No tenemos ya mucho tiempo para comer y lo de las cuatro y media es algo sagrado. Se dirige a Marta con un bolígrafo en la mano. Marta niega con la cabeza pero él sigue caminando a su lado. Vuelve a decirle algo. Marta se para y se ríe. El mueve el lapicero y le señala la zona del puesto en la que están los folletos. Marta vuelve a negar y, sin dejar de sonreír, sube por la escalera mecánica.

Hoy, en la prensa económica, se anuncia que el presidente del Real Madrid ha arrebatado el control de Unión Fenosa , la eléctrica gallega, a Amancio Ortega, presidente de Inditex. Por 2.219 millones de euros, se lleva el 22% de la eléctrica. Tal vez eso explique esa subida de tensión del equipo ayer. No lo sé. Buscarle un motivo a muchas de las cosas que suceden en el Madrid es como pedirle a una piedra que te cante un romance. Se me ocurre que quizás la razón esté en el anuncio de Adidas que pasaron durante el descanso. En él se ve a varios deportistas, entre los que está Zidane, corriendo por una carretera. Tal vez a alguien del equipo haya pensado que conviene empezar a poner las cosas en su sitio para permitir que Zidane se sienta cómodo cuando vuelva al equipo. Hay que tener respeto por alguien que se retira el año que viene.

Marta, por fin, llega a mi lado.

-¿Qué te ha dicho?
-¿Quién?
-El del Madrid.
-¡Ah! Nada.
-Pero te has reído.
-Sí, pero no le he prestado atención.
-¿Y te has reído sin saber qué te decía?
-¿Y a qué viene este interrogatorio?
-Nada, sólo curiosidad.
-¿Y tú? ¿Has reservado ya una mesa?
-No , te esperaba.
-¿Esperarme? ¿Con la prisa que tenemos? ¿Pero tú eres tonto?

No sé si soy tonto. Lo que hoy tengo claro es que, si te acercas bien a la ventanilla cuando vayas a pagar el ticket y miras al empleado a la cara, verás a alguien que se parece mucho a Woodgate.

miércoles, 28 de julio de 2010

Cap 13 : Un poco de justicia


Juega el Madrid en Montjuic y lo que veo, mientras Marta y Ane le dan de cenar a los enanos, es la película de Wolfgang Petersen “Das Boot”. Demasiado cine, me digo, que en Canal + retransmiten un partido de fútbol (a 11,95 euros, que se jodan los pobres) y lo que yo reconozco es la historia del submarino alemán que las pasa moradas antes de poder volver a su base.

Siendo más exactos, lo que veo es la secuencia del submarino alemán atrapado por los destructores que navegan por la superficie cuando pretendía pasar por el estrecho de Gibraltar. La vida de un submarino es de color de rosa siempre que no te detecten los barcos. En ese caso estás perdido porque ellos pueden avanzar mucho más deprisa que tú.

Luxemburgo tiene todo el mediterráneo por delante, pero él vuelve a encapricharse con lo estrecho, con los cuellos de botella. Es la tercera jornada de Liga y el planteamiento ya suena a repetición, como las canciones de Jarabe de Palo. Lotina se ha estudiado los tres vídeos disponibles hasta ahora de la colección “Cómo desmontar a los galácticos con remedios caseros” y planta una defensa de libro y le pide a De la Peña que se cruce el campo como si llevara en el bolsillo la noticia del resultado de la batalla de Maratón. Con eso basta.

El Madrid, mientras tanto, avanza sumergido, temiéndose lo peor. Luxemburgo ha convertido al equipo en un submarino, ajeno a las críticas de la superficie que durante toda esta semana han cuestionado su forma de organizar al equipo, y navega sin verle las orejas al lobo. Cree que le basta con que Robinho o Ronaldo se asomen al periscopio para organizar el ataque, lanzar un torpedo que avance a ritmo de samba y hundir a un Espanyol que tuvo la mala suerte de estar donde no debía.

El plan no es malo, pero Luxemburgo no debe haber visto “Das boot”, porque no habría planteado el partido de la misma forma. El Espanyol nos espera en su sitio, en su línea de defensa, y cuando nos detecta debajo de él sólo tiene que ir lanzando cargas de profundidad, sabiendo que es cuestión de tiempo que acaben con el submarino o con los nervios de los jugadores del Madrid.

Luxemburgo, como comandante del submarino, ordena que se sumerja aún más. Logra así alejarse de las cargas de profundidad, pero la presión aumenta el riesgo de fisuras en el casco. El Madrid se va hundiendo poco a poco conforme pasa el tiempo, insistiendo en su único argumento sobre el campo. Como parece que al fútbol le gusta la ironía, el primer y único gol se produce en una jugada a balón parado, justo del tipo que Luxa ha estado preparando con los jugadores durante toda la semana. De la Peña lanza el balón y el árbitro pita antes de que Jarque remate de cabeza. Queda ya claro que hay dos reglamentos, uno para el Madrid y otro para el resto de los equipos. Pero es lo de menos, porque con eso ya contábamos.

Lo que preocupa es que los jugadores empiezan a notar los nervios. No es fácil jugar dentro de un submarino. Robinho, en sólo tres partidos, parece haber envejecido, como si fuera de los que se justifica por el número de camisetas vendidas, no por la cantidad de goles marcados. El resto del equipo escucha cómo la estructura cruje conforme el Madrid se hunde. Cuando la presión sobrepasa los límites, los tornillos saltan y por su hueco se abre una pequeña vía de agua. Pronto salen disparados dos tornillos : Ramos y Baptista, que parece haberse puesto las botas de un Gravesen que hoy ha visto el partido desde el banquillo. Los dos son invitados a dejar el partido por culpa de una tarjeta roja.

Ricardo, a mi lado, se sorprende de la relajación con la que me tomo esta tercera derrota del Madrid.

-¿Y te quedas tan tranquilo? – me pregunta.

Y le cuento que hoy el resultado del Madrid no me afecta. Lo que me ha puesto de buen humor para todo el día ha sido la noticia que he escuchado por la mañana en la radio: Roy Keane va a ser baja de seis semanas por culpa de una lesión sufrida contra el Manchester City. Bueno, Zidane, parece que se ha hecho un poco de justicia.

martes, 27 de julio de 2010

Cap 12 : Vasco Moscoso de Aragón

En 1929 llega a Periperi, un pequeño pueblo costero ,cercano a Bahía, Vasco Moscoso de Aragón. Los curiosos que están en la estación cuando baja del tren ven algunos de los objetos que forman su equipaje : un telescopio, una brújula, un anemómetro, un sextante, un higrómetro y una rueda del timón. A todos ellos, pero sobre todo a uno, Zenquinha Curvelo, no les cabe ninguna duda : se encuentran ante un verdadero lobo de mar cuya presencia va a animar al pueblo.

Periperi, como cuenta Jorge Amado en “Los viejos marineros” tiene una población estable formada por jubilados y retirados de los negocios que desembarca ahí con el deseo de prolongar sus años, lejos de la agitación y del deseo. Todos los que viven ahí se saben rondados por la sombra de la muerte, muy diferente de la de Bahía :

“Allí se prolongaba el tiempo, nada lo apresuraba, los acontecimientos duraban sucediendo. Y el más largo de todos era la muerte, jamás trivial y rápida, siempre fulgurante y demorada, apagando con su llegada todas las apariencias de vida del lugar”

El primer acto público de Vasco Moscoso de Aragón es la visita a un velatorio. Ahí, vestido con su chaquetón marinero, se fija en el rostro de la mujer fallecida, que le recuerda a Soraya, una bailarina árabe. Su narración es tan convincente que todos los asistentes al velatorio son capaces de ver a la bailarina bailando entre ellos, olvidándose del cerco de la muerte.

Comienza así a crecer la fama de Vasco, que parece tener un repertorio inagotable de historias referentes a su vida como marinero. Todo el pueblo le cree, salvo un pequeño grupo, liderado por Chico Pacheco, que, envidioso de la atención que se le presta al recién llegado, trata de descubrir si lo que cuenta Vasco de sí mismo es verdad o, como se rumorea, se trata simplemente de una gran mentira que ha construido para ocultar que no es sino un comerciante, dueño de una tienda de ultramarinos, que jamás ha pisado un barco.

En el libro de Amado, Curvelo representa al grupo de los que, enfrentados a Chico Pacheco y su gente, creen, sin ninguna duda, en la palabra de Vasco, seguros de que se encuentran ante un experimentado marino. En la prensa de hoy leo que los periodistas tienen otros nombres que añadir al grupo de Curvelo : Robinho, Baptista y Roberto Carlos. Este último afirma :

“La gente acabara dando la razón a Luxemburgo. La mayoría de los clubes del mundo juega sin futbolistas en la banda. Sabe mucho”

Si Vasco miente o no, es algo que Jorge Amado cuenta en el resto de la novela, cerrando la historia con uno de esos giros mágicos que tanto les gusta a algunos lectores y que a mí me sienta como una patada en la boca.

lunes, 26 de julio de 2010

Cap 11 : La desorientación de Casillas


Hoy leo que Casillas tiene pendiente la renovación. El periodista sugiere que puede haber una relación entre la “tensa espera” de la firma del nuevo contrato y los siete goles recibidos en tres partidos. El Madrid le ha hecho una oferta por 6,5 millones de euros brutos que él ha rechazado.

Es evidente que Casillas está desorientado. Ya no es el fiel guardián de los ángulos rectos, el representante de la geometría frente a todo lo curvo y esférico. La razón frente a la imaginación. Su área, definida por las líneas rectas, se va convirtiendo en un cuadro de Dalí, en el que todo parece blando y redondeado, la portería da la impresión de encogerse y estirarse según quién lance el balón y los guantes de doblarse hacia atrás.

Ayer vino a vernos el hermano de Marta. Nos contó que esa misma mañana no le habían renovado el contrato de trabajo. Trabajaba como visitador médico para un laboratorio de productos homeopáticos, uno de los cuales utilizamos mucho con los enanos. Tenía un contrato de seis meses con una agencia de trabajo temporal que le había asegurado que, pasado ese tiempo, pasaría a depender del laboratorio..

-Estuvimos en una convención y uno de los que llevan ahí toda la vida nos decía que siempre veía caras nuevas, que era desmoralizante – nos dice.
Al despedirse, me dio la mano, con fuerza.

domingo, 20 de junio de 2010

Cap 10 : Frío

Primer partido de la Copa de Europa, contra el Lyon. El Madrid sale frío al terreno de juego, como si en el vestuario no funcionara la calefacción. Lo que debe ser un campo se convierte en una fina capa de hielo. Este es un partido que se puede seguir con el oído. Los jugadores del Madrid se mueven sobre el campo como si no quisieran romperlo, con miedo. Basta con acercarse un poco a la televisión para notar cómo algo muy suave empieza a crujir cerca del área de Casillas.

Sentado delante de la televisión, con Marta y su hermana, Ane, dándole de comer a los enanos, yo mismo noto ese frío. Me giro a mi derecha para ver si Ricardo se siente igual. Levanta las cejas y mueve lentamente la cabeza de un lado a otro. Es el problema de la presión, al que tanto miedo le tenía Ronaldo al principio de la temporada. Trato de abstraerme de los insípidos comentarios de los del Canal + y de las dulces voces de las mujeres, insistiendo en que los cuencos de puré terminen vacíos, para tratar de adivinar por dónde se va a acabar rompiendo esa capa de hielo. Es cuestión de tiempo.

El crujido se escucha nítidamente. Cruza el hielo una fina línea blanca, con la velocidad y la precisión del sable de un campeón de esgrima, y el balón, peinado por Carew, entra en la portería de Casillas. Primer gol. Minuto veinte. Me paso las manos repetidamente por los muslos, tratando de entrar en calor. Un gesto inútil porque sé que de esa línea sobre el hielo nacerá otra y otra y otra. Una vez que se inicia el dibujo, el trazo se va ramificando.

-Esto pinta mal – me dice Ricardo.

Tal vez, me da por pensar, es que todos esos jugadores pesan demasiado. Cada uno lleva varios millones de euros sobre los hombros. Se necesita a alguien que no se juegue nada, que salga a jugar con los bolsillos vacíos , invisible a los periodistas. Otro sonido idéntico al primero se produce, no estoy seguro, segundos antes de que Juninho, de falta, en el minuto veinticinco, coloque el balón junto al palo, donde no llega un Casillas al que la portería hoy le queda demasiado grande. A partir de esa segunda grieta, el campo puede quebrarse muchas veces más.

-Muy mal – insiste Ricardo.

Seis minutos más tarde, Wiltord acaba de romper el campo. Entra el tercero y un bloque de hielo, sobre el que se quedan los jugadores del Madrid, se va separando del partido, de los cuencos de puré de los enanos, del tenso silencio de Ricardo, del prestigio de esta competición, del Enrique Mendoza que íbamos a abrir cuando acostáramos a los pequeños, de los titulares de los periódicos de hoy y de mi fidelidad. Se van alejando poco a poco hasta perderse en el horizonte.

-¿Pasamos a ver cómo le va al Betis? – le pregunto a Ricardo.
-Por mí, vale.

Queda casi toda la segunda parte, pero nos arrimamos al sur, donde siempre hace calor.

lunes, 7 de junio de 2010

Cap 09 : Elogio de las curvas

Se presenta el Madrid en el Bernabéu como quien estrena un coche potente y quiere lucirlo delante de los amigos. Un motor repleto de Robinhos y una carrocería que brilla como el oro. El problema es que , para demostrar toda su fuerza y alcanzar la máxima velocidad, es necesario diseñar un circuito sin curvas en el que se pueda pisar a fondo el acelerador. Algo semejante a lo que hizo Fernando Alonso en La Castellana en una jornada publicitaria. Luxemburgo plantea una estrategia basada en la línea recta y a cada jugador le entrega la suya, como si trazara las líneas de un pentagrama.

No es demasiado original el planteamiento de Fernando Vázquez en el partido, pero resulta eficiente. Se limita a levantar dos líneas de defensas que son como esas barreras que se ponen en las urbanizaciones para que los coches tengan que frenar. No tienen ningún glamour y es poco probable que alguien les dedique un libro, pero no se puede negar que cumplen son su objetivo. Vázquez y sus chicos se limitan a esperar, sabiendo que, o bien el coche de Luxemburgo frena, o bien se le revientan los amortiguadores.

Al madridista le basta con que el partido avance unos minutos para empezar a sospechar cómo va a terminar la historia. El equipo se mueve por el campo como si sólo hubiera un único carril. El tema es que sobre un campo de fútbol, la línea recta, salvo en un tiro de falta de Roberto Carlos, no es la distancia más corta entre dos puntos. Esta evidencia todavía no se le ha mostrado en su sencilla claridad a ese observador que le comenta las jugadas a Luxemburgo desde las alturas y que parece satisfecho con esa vista del terreno de juego como una piscina en la que todos los de blanco nadan por la calle tres.

Los defensas del Celta paran una y otra vez al Madrid en esos controles de color rojo que le quitan tres años de vida al coche cada vez que pasa por encima. Luxemburgo parece querer emular a Mehmet, el conquistador turco que en 1453 obligó a su flota a cruzar una montaña para sorprender al enemigo en Constantinopla. Da igual lo que diga el mapa. Vista al frente y adelante. Y así pasan los minutos y al Madrid, que se creía que este partido era un ejercicio de calentamiento, el Celta le mete tres goles con una jugadas a las que, aunque no se les vaya a poner un marco, ponen las cosas en su sitio : piano, piano, si va lontano.

Este era un partido para buscar atajos, para dejar aparcado el coche recién estrenado y subirse al de segunda mano que se tiene cubierto de barro en el pueblo para moverse por los campos. Menos brillo y más polvo. Una lectura que sólo parece hacer parte de la vieja guardia, Míchel Salgado y Helguera, recordando que las bandas también existen, aunque estén llenas de curvas. La puerta que permitió la toma de Constantinopla debe estar por ahí. El propio Helguera parece verlo tan claro que en el minuto cuarenta y cuatro le pide a Pavón que le vigile la tienda mientras él se marcha a hacer un recado por esa parte del campo que Luxa debe creer llena de minas. Toma el balón, corre por la banda y se lo pasa a Baptista para que lo meta en la portería de Pinto y el Madrid se coloque con un 2-1. Logra así darle la vuelta a un marcador que ya en el minuto ocho estaba en contra y que Ronaldo niveló en el treinta y seis. Una vez hecha su aportación, Helguera se vuelve al guión del resto del equipo.

Con el empate del Celta, sólo dos minutos más tarde, el motor del Madrid se calienta, igual que mi boca. Me pongo de muy mal humor y empiezo a soltar insultos, estableciendo así un antiguo vínculo con el equipo. Como por culpa de la festividad del viernes todos los niñeros de la familia han salido de Madrid, veo la segunda parte con el mando en una mano y la cuchara del puré de cereales en la otra. La primera la escucho por la radio mientras les baño, corriendo para ver los goles por televisión. Gritar en casa es como tirarle osos de goma a un cristal blindado. El Celta está a un paso de llevarse los tres puntos porque se viene al Bernabéu con un equipo. El Madrid suelta a sus figuras y confía en que ellas se ordenen entre sí a base de potencia. Ronaldinho debería ser la aceituna en el martini, pero queda fuera de lugar si Luxemburgo hoy nos sirve un chocolate espeso. Tengo la sensación de que este equipo es como un barco que navegara avanzando por la popa. Me alegro de que Zidane hoy no juegue.

En el minuto setenta y ocho, Cannobio tira a puerta y el árbitro da por bueno un gol que sólo ha visto él. Busco alguna expresión que exprese lo que siento y mi cabeza funciona como esos ganchos que en las máquinas de las ferias descienden abiertos intentando atrapar un peluche. Agarro una expresión buena y con sustancia, como un horno cubierto de grasa. Se la suelto al mundo.

Soy un hombre de familia y todos mis actos, ahora, tienen consecuencias. Mi mujer y mis hijos me miran con miedo.

-¿Pero tú eres tonto? – me pregunta Marta.

lunes, 31 de mayo de 2010

Cap 08 : Roy Keane


Hay partidos en los que los jugadores se tienen que calzar un par de guantes de boxeo y salir al campo dispuestos a recuperar las raíces del fútbol. Nada de florituras de ballet, hombre, que ésta no es la historia de “Billy Elliot”, el flojeras ese que quería triunfar con las zapatillas de baile. Aquí venimos a repasar los principios básicos de este deporte con la seriedad y el respeto con que se graba un nombre y unas fechas en una lápida. Seriedad y hombría, cojones.

Y nos vienen los franceses a moverse por el césped como si fuera una sartén cubierta de mantequilla. Siempre con su cocina, su grandeur y el Borgogna. Mala cosa. Y mira que lo advertimos en la página web de nuestra federación de fútbol, que “la última vez que una selección poderosa visitó Lansdowne Road supo rápidamente qué tipo de partido le esperaba cuando Roy Keane crujió al holandés Marc Overmars en el primer minuto de juego”. Ahí lo decíamos bien claro y uno siempre tiene que consultar qué tiempo va a hacer antes de salir de viaje para saber qué es lo que tiene que ponerse. Aquí se anunciaban pedradas y el servicio meteorológico de la selección raras veces se equivoca.

En fin, que nuestros chicos salieron al campo con el deseo de no dejar mal al hombre de tiempo. Estaban avisados los franceses y no quisieron escuchar los truenos hasta que los sintieron en sus piernas. Es bueno volver a las raíces y golpear con los tacos las espinilleras como el que le pega patadas a un árbol para que caigan los frutos. No es nada personal, pero conviene recordar que la base de este juego es meter el balón en la portería contraria. Si nos fijamos en otras cosas, puede que al final los conceptos se vuelvan un tanto difusos y uno no sepa qué esperar de un partido.

El Zidane este, por ejemplo, parece un tanto desorientado. Tanto juego de salón está fuera de lugar. Como pedir que te sirvan una Guiness y pararse a ver cómo lagrimea la cerveza en el vaso. La Guiness la pides y te la bebes, sin más. Y luego sueltas un buen eructo, que estás en casa. Eso le dijimos al bueno de Roy Keane, que toda Irlanda estaría muy contenta si Zidane también crujía un poco. Y crujió. Roy Keane se puso la bata blanca de médico y le recordó a Zidane dónde está el addcutor derecho y lo importante que es tenerlo a punto para volver a jugar al fútbol.

Los chicos no consiguieron sacar adelante el partido, pero no puede decirse que no fuera por falta de ganas. Estuvimos muy cerca de tumbar el árbol.

domingo, 30 de mayo de 2010

Cap 07 : Lesión de Zidane

Veo a Zidane en un cartel de la marquesina del autobús. Los de Digital + han elegido una fotografía suya para la campaña de abonos de este año. El lema es “Vuelve el fútbol”. Y, por seis euros de nada, te aseguran todo el abono que quieras. La fotografía me gusta. Zidane tiene levantada la pierna derecha hasta la altura del pecho, totalmente estirada, tratando de controlar un balón que le llega, como si fuera un guarda fronterizo de los de antes subiendo la barrera para impedir que pase quien no debe. El gesto en la cara de Zidane, normalmente tan impasible, es de sufrimiento. Muchos jugadores habrían dado ese balón por perdido. Él va a por él porque, si no, dejaría de ser Zidane.

Sigo de paseo con los enanos. Los dos van dormidos. Sé que en cuanto me pare se despertarán, así que doy vueltas alrededor del centro comercial de La Vaguada. Es un barrio que no me gusta nada. La Vaguada se ha convertido en la referencia comercial y también se puede decir que cultural, dada la poca vida que existe fuera de él. Edificios altos en un barrio en el que no encajan las piezas, por mucho que los que llevan viviendo aquí mucho tiempo insistan en que lo tiene todo para convertirse en un buen sitio para vivir.

En otros carteles que me voy encontrando leo dos advertencias sobre el consumo del agua, los anuncios de los conciertos de Oasis, de Fred Ferdinand y de Depeche Mode, el musical de Paloma SanBasilio, la salida al mercado del DVD de la película “Robots” y la nueva colección de Mango. A lo lejos, otra vez, Zidane y su control sobre el balón con las estrellas rojas. El balón, que le tapa el escudo del Madrid, convierte la imagen en algo ambiguo, lo que supongo que no es algo fortuito, dada la gran cantidad de fotografías que hay para elegir. Puristas como son estos chicos de Digital +, habrán visto cierta paradoja en el mezclar en una misma imagen al Madrid con el lema de que “Vuelve el fútbol”. Tampoco hay mucho que reprocharles, considerando el nivel de juego con el que el equipo se marchó de vacaciones la temporada pasada.

En la parte trasera de La Vaguada, en una zona tranquila, llena de mesas, se junta la gente mayor para jugar a la petanca. Veo cómo recogen las bolas con un imán que llevan colgado de una cuerda. Flexionan las rodillas y lanzan la bola con la palma hacia abajo. Llevan tanto tiempo jugando juntos que todo se lo dicen con señas. En una de las partidas sólo queda un lanzamiento. Veo a un hombre de unos sesenta años, con unos pantalones cortos y una camiseta blanca con el anuncio de una ferretería, prepararse para lanzar.

-Ahora os vais a joder – dice.

A pesar de toda la fuerza que tenga la fotografía, para adquirir significado sería necesario saber si esa jugada de Zidane fue relevante para el partido. La belleza tiene que ser, además, útil. Si el gol de Raúl ayer frente a Serbia nos hubiera asegurado el acceso al mundial de Alemania, los aficionados lo recordarían durante mucho tiempo. Basta la cantada de Casillas para que la jugada de Raúl pierda todo el valor y las portadas de los diarios deportivos se fijen en ese balón que se le cae a Iker.

Doy seis vueltas. Un grupo de sudamericanas, sentadas todas en el mismo banco, me siguen con la mirada cuando paso. “Ahí está otra vez”, dicen. Las piernas empiezan a dolerme, pero los enanos siguen durmiendo y tú tienes que hacer de padre. A caminar y a joderse. Tienes tiempo para pensar. En eso de la belleza y la utilidad, por ejemplo, que ha quedado muy bonito pero que no es del todo cierto. Tal vez en el presente utilidad y belleza vayan unidas, pero perdida ya la urgencia de la utilidad, cuando esté en juego la clasificación para el siguiente mundial, la gente volverá a fijarse en ese cabezazo de Raúl. ¿Acaso no recuerdo yo de un partido del Madrid contra el Depor en el Bernabéu sólo el control que hizo Zidane de un balón largo que le pasaron? No me preguntéis por el resultado.

“Vuelve el fútbol”, dice el anuncio, y por la noche leo que Zidane estará de baja tres semanas por culpa de una lesión que se hizo en el partido de Francia contra Irlanda. Rotura del adductor derecho y una pubalgia aguda. Yo apenas puedo mover las piernas, agotado después del paseo. El fútbol vuelve, sí, pero parece que se va a retrasar un poco.

-Ahora os vais a joder – dice el de la camiseta de la ferretería. Veo cómo su bola golpea con precisión la pequeña bola roja, haciendo que se aleje varios metros.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Cap 06 : Vicky nos reserva una mesa

La chica de la entrada nos comenta que en el restaurante del Madrid no hacen reservas. Mi padre dice que sí, que lo sabe, que quiere hablar con la encargada. La chica, sin dejar de sonreír, dice que va a llamarla. Al poco tiempo baja Vicky, también sonriendo y sabiendo qué es lo que le va a pedir mi padre.

-Me gustaría una mesa para mañana a las dos y media. Para seis personas y tres niños.
-Ya sabe que no hacemos reservas.
-Sí, si ya tengo una tarjeta suya de otra vez que vine. Soy el socio seiscientos veinte y querría saber si es posible lo de la mesa para mañana.

Mi padre utiliza su carné igual que un policía. Se lo saca de la chaqueta y se lo enseña a Vicky, que asiente. Veo entonces que ese carné tiene poderes porque Vicky mira un momento a su izquierda y se queda pensando, como si repasara todas las mesas del restaurante tratando de encontrar la que hemos pedido.

No ha tenido fácil las cosas mi padre. Toda su vida trabajando, sin ayudas, sin contactos, sin atajos, sin la visita de la suerte. El tipo de perfil que uno se imaginaría en una novela de Joseph Roth, en el Nueva York de los primeros años del siglo pasado. Mi padre ha trabajado como si fuera un inmigrante tratando de hacerse un hueco, como si cada mañana tuviera que recordarse qué es a base de echarle horas en una pequeña empresa, de esas que son como pueblos olvidados en los grandes mapas macroeconómicos.

Sigue el silencio. Bueno, Vicky, me digo, hay que reconocer que lo estás haciendo bien, porque con cada segundo más en silencio, mayor es el reconocimiento que le haces a mi padre. Toda una profesional Vicky, en serio. Toda una profesional que sabe hacer su trabajo.

-Puedo darles dos mesas apartadas para que pongan los carritos. Si quieren, se las enseño.

Mi padre y yo seguimos a Vicky. Es la primera vez que estoy en este restaurante y me sorprende lo amplio que es. Unos grandes ventanales permiten ver el campo. Nunca antes había estado en el Bernabéu sin la excusa de un partido. Como las casas vacías, sin público el estadio parece mucho más pequeño. Resulta un poco triste ver todas esas hileras de asientos vacíos. El césped esta descuidado. Hay más palomas picoteándolo que en San Marcos. Ni rastro de ese halcón que se las debe comer de tres en tres.

-¿Qué les parece? – nos dice Vicky, llevándonos a una mesa en el lateral del restaurante, casi encima de donde tenemos los asientos de abono.
-Perfecto – dice mi padre.

Y sí, no es una gran victoria. Tal vez todo esto sea una representación y Vicky guarde esta mesa para socios como mi padre. Un motivo para sentirse orgulloso por algo tan irrelevante como conseguir una reserva en un sitio en el que no la hacen. Una migaja como las que picotean las palomas.

-Mañana pregunten por mí cuando lleguen y yo les traeré – se despide Vicky.

Mi padre sale del restaurante contento. Mi abuelo le hizo socio cuando tenía trece años. Sesenta y uno años después, mis padres nos van a invitar a comer a sus hijos y a sus nietos por su aniversario de boda. Tal vez lo de Vicky sea un montaje, sí, pero mañana los enanos verán este estadio por primera vez y eso sí que es algo que les contaré.

-Voy a ver si le compro unas rosas a tu madre – se despide mi padre.

lunes, 24 de mayo de 2010

Cap 05 : Fichaje de Sergio Ramos


El día de su primer cumpleaños, a los enanos les cubrieron de regalos. Una vez abiertos sobre el césped, apenas se veía un trozo de hierba. Como era de esperar, se sintieron atraídos por los manuales de instrucciones y por las etiquetas de los regalos. Todo ese despliegue de colores no cambio sus hábitos de juego. Al día siguiente, él seguía metiendo los dedos en los agujeros que encontraba en el suelo del garaje y ella arrancaba las petunias para metérselas en la boca y sonreírte con una extraña masa entre los dientes.


Florentino ha celebrado a la vez varios cumpleaños de Luxemburgo, el entrenador del Madrid, comprándole todos los jugadores que quería. También él los ha colocado sobre el césped, sonriente. El último regalo fue ayer , treinta y uno de Agosto, por la noche. El plazo se acaba, como en el cuento de Cenicienta, y ahí baja corriendo las escaleras Florentino, temiendo que el reloj dé las doce campanadas sin que él haya encontrado al dueño de la bota que lleva. Al llegar al vestuario que le han indicado, se encuentra con el último candidato para ese puesto. Florentino se pone de rodillas y le pide al muchacho que se pruebe la bota que Luxemburgo le dio con el mandato de ficharlo costara lo que costara. La bota encaja perfectamente en el pie.


-¿Y tú cómo te llamas?
-Sergio.
-¿Y tus apellidos?
-Veintisiete millones.


-Pues ya puedes vender camisetas tú. Espera, que le echo la firma a este talón - Con un talonario como el de Florentino, el resto de los equipos debe verse como una extensión de la cantera y la Liga un mero trámite para llegar a Europa. Los partidos, como ha aprendido Del Nido, que se extraña ahora de que le hayan comprado algo a lo que él puso precio, no sólo se juegan en el césped.


Sólo espero que el equipo, pasado el momento del deslumbramiento, no vuelva a jugar con esa defensa a la que ya nos tiene acostumbrados. Recuerdo el primer gol del Barça en el Nou Camp el año pasado, en el momento en el que Roberto Carlos decide que ahora toca una de arena, y los dedos se me agarrotan y un rápido cosquilleo me recorre la espalda. No hace falta que vuelva a golpear la mesa como entonces para que la mano me vuelva a doler.


-¿Pero tú eres tonto? – me gritó Marta.

martes, 18 de mayo de 2010

Cap 04 : Owen es presentado como jugador del Newcastle


Hoy Owen es presentado como nuevo jugador del Newcastle. La vida, en fin : Hace más o menos un año pasaba la revisión médica en la clínica de la Zarzuela. Mi mujer y yo estábamos allí , en la habitación 325, con dos mellizos que tenían sólo tres días de vida.

Una mañana, totalmente agotado, bajé a tomarme un café con leche y un donuts antes de volver a perderme en un mundo de biberones y pañales. Todo por partida doble. En la entrada principal habían colocado grandes carteles de Sanitas, como si esperaran la llegada de algún famoso. Yo iba a lo mío, a tomarme un café y a recordar cómo era el mundo hasta hace tan sólo tres días. Sin ese cansancio que me invadía por completo, sin la sensación de que las horas se mezclaban unas con otras como huevos rotos dentro de una caja, sin la convicción de que una parte de mí ya no me pertenecería por mucho que tratara de fingir. Un café y un donuts, como si nada hubiera cambiado. Al terminarme el café, que pasó por mí sin hacerme efecto, vi que los carteles iban ocupando más espacio.

Ya en la habitación, mi padre me habló de Owen, el nuevo fichaje del Madrid. Me asomé a la terraza y vi una fila de personal de la clínica esperando su llegada. Me pareció una curiosa coincidencia.

-¿Y quién es Owen? – pregunté.
-Un bota de oro.

Lo de bota de oro me sonó a premio literario. El cuerpo, que es sabio, se esforzaba por mantener mis funciones básicas, dejando las menos importantes en manos de esa parte del cerebro en la que trabajan los becarios que normalmente se dedican a tareas del montón. A saber : abrir una lata, calcular si el papel higiénico que hay en el rollo es suficiente o avisarnos ,demasiado tarde, si el café nos ha quemado la lengua.

-Dicen que es muy bueno – me dijo mi padre – Pero eso no es lo mejor. ¡Mira!

Y encima de la cama, totalmente orgulloso, colocó dos carpetas con los carnés de socios de la pareja de recién nacidos. Todavía no habían sido inscritos en el registro y ya eran blancos. Pensé que ahí había una bonita historia que contarles. Me imaginaba a Owen haciendo historia en el Madrid, ganando botas y botas de oro como para llenar el armario de algún jeque árabe. Los enanos crecerían con la leyenda de Owen de fondo y la perspectiva de poder contárselo cuando fueran mayores me hizo sentir bien. Uno no es buen padre si no tiene buenas historias que contar, me dije.

Pero la vida es así, en fin, y Owen, un año después, ficha por el Newcastle, con lo que la historia que iba a ser la guinda de las celebraciones navideñas se queda en la anécdota que se cuenta en el coche cuando , ya de verdad, se está a punto de llegar y los niños no dejan de arañar los cristales pidiendo que volvamos a parar para ir al servicio.

sábado, 15 de mayo de 2010

Cap 03 : La presentación


Florentino, en la gala de la FIFA en la que se premió a Zidane como mejor jugador del año, le paso una servilleta preguntándole, en inglés, si quería venir al Madrid. Zidane le respondió que sí y a partir de ese momento comenzó el romance. Si alguien hubiera abierto del todo la servilleta, seguro que se habría encontrado los cálculos de Florentino con los posibles ingresos, venta de camisetas incluidas. Los números eran los apropiados y se atrevió a dar el primer paso sabiendo que en ese momento Zidane estaba saliendo con la vechia signora.

Unos meses después, Florentino sonríe, satisfecho, con Zidane al lado. Son las 14:57 del nueve de Julio del 2001 y se está presentando a Zidane como jugador del Madrid. En una de las novelas de Donna Leon, un apasionado del arte le enseña a un experta su colección privada, haciendo hincapié en un bol :

“Le pedí que me lo vendiera, pero él se negó, me dijo que no le interesaba el dinero. Le ofrecía más, más de lo que valía el bol, y luego doblé la oferta – Apartó los ojos del bol y la miró a ella, tratando de reconstruir y así explicar su indignación. Agitó la cabeza y volvió a mirar la pieza-. Él siguió negándose. Así que no tuve alternativa. Él no me dejó alternativa. Le hice una oferta más que generosa y no la aceptó. Entonces tuve que usar otros métodos” (Pag 279)

No me importa saber cuáles son esos métodos que Florentino ha tenido que utilizar para convencer a Umberto Agnelli de que le venda a Zidane. Cuestión de negocios. ¿O acaso alguien como Florentino no manda un mensaje al mundo empresarial cada vez que hace un fichaje como éste, mostrando que lo que él se propone lo consigue?

Zidane enseña la camiseta con el número cinco a la espalda, el que llevaba Manolo Sanchís. Parece un número apropiado para él, como si así quisiera escapar de la atención que reclama el diez. La virtud aristotélica del término medio y toda esa pamplina filosófica que se le queda a uno de la escuela. El cinco es el número del que se queda en el aprobado y pasa de curso sin provocar la atención de los medios. También puede verse como si en su espalda luciera una inmensa etiqueta, porque el coste de su fichaje ha sido de quinientos millones de francos, que es una moneda de referencia para un francés como él.

Veo el cinco y pienso en Marylin Monroe y en esas gotas de Channel 5 que se echaba antes de irse a dormir, lo único que, cuenta, llevaba puesto en la cama. Con Zidane ese número cinco no huele a perfume. En cada partido pierde unos tres kilos de sudor que dejan empapada la camiseta. Basta con ver cómo le caen las gotas por la cara cuando le enfocan en los partidos.

"Entiendo español – dice Zidane - pero no me atrevo a hablarlo todavía, así es que voy a hacerlo en francés. Es un honor venir a Madrid y creo que ha llegado el momento de jugar en España. Después de cinco años en la Juventus, es el momento justo e intentaré que en los próximos cuatro años mi rendimiento sea como mínimo igual que en Italia, si no mayor. Muchas gracias a todos".

Las cuentas del Madrid, al ver la presentación, deben sentir ese calor que inunda el cuerpo cuando , en invierno, uno se toma un chupito de orujo. Venga, para adentro. Las cajas registradoras se ponen firmes. Los periódicos aumentan su tirada. Di Stefano lo mira todo como si él ya no se creyera lo que ve. Creo que si Santiago Bernabéu hubiera fichado a Zidane, le habría bastado con sopesar su camiseta después de un partido de fútbol.

Ya tenemos el bol que queríamos. Ahora sólo hace falta acompañarlo con la novena.

domingo, 2 de mayo de 2010

Cap 02 : El objetivo de este libro


Pero el objetivo de este libro no es hablar de Robinho. Mi intención, ahora que acaba de volver a Brasil para jugar un partido clasificatorio y se ha hecho un poco de silencio, mi intención, digo, es la de despedirme de Zidane. Éste es su último año como jugador y me parece que alguien como él se merece una despedida lenta, como esos platos que se toman su tiempo hasta estar listos. Nada de frases precocinadas dentro de diez meses hablando de su grandeza y de su estilo mientras con la vista se persiguen otras piernas que acaban de cruzarse por delante. Hay que ser fiel.

Es una despedida lenta y me hubiera gustado titular estas páginas “El largo adiós”, pero eso lo hizo un tal Chandler y, además, uno no está al nivel de alguien capaz de escribir sobre el aire limpio dentro de un bar :

“Me gustan los bares cuando acaban de abrir para la clientela de la tarde. Dentro el aire está limpio, todo brilla, y el barman se mira por última vez en el espejo para comprobar que lleva la corbata en su sitio y el pelo bien alisado. Me gustan las botellas bien colocadas en la pared del fondo, las copas que brillan y las expectativas. Me gusta verle mezclar el primer cóctel, colocarlo sobre el posavasos y situar a su lado la servilletita de papel perfectamente doblada. También me gusta saborear despacio ese primer cóctel. La primera copa de la tarde, sin prisas, en un bar tranquilo…Eso es maravilloso”

Creo que Zidane es como ese barman que tiene el partido bien ordenado y que, recibiendo un balón con menos jugo que una piedra , consigue servirte una jugada con la servilleta de papel perfectamente doblada al lado. Llevo muchos años yendo al fútbol con gente que me critica que no sé de fútbol. Puede ser cierto. Tal vez , hasta la llegada de Zidane, acudía regularmente al Bernabéu para tratar de saber por qué me empeñaba en no perderme ningún partido. Cuando apareció Zidane y ese aire limpio en el que parece moverse me di cuenta de que , en el fondo, sabía mucho de fútbol : las cosas que se pueden hacer con un balón y las que no. Eso era suficiente para apreciar la forma de jugar de alguien capaz de hacer todo lo que a mí me parecía imposible.

Desde los primeros partidos descubrí que, más que del Madrid, yo era de Zidane. Mi compañera de asiento, una defensora de Raúl, tuvo que admitir que algo irrepetible había llegado al Bernabéu.

-Rául es el mejor – insistía. Hasta que , rendida ante la evidencia, añadió la frase con la que sellamos nuestra tregua – Pero Zidane es el más grande.

En la crónica del partido de El País contra el Cádiz sólo se dice de Zidane que ha regresado a su posición natural, con cuatro años de retraso. Todas las miradas perseguían a Robinho y a sus “virguerías de telediario”, una de esas frases de Clemente que caen encima de uno con la sutileza de un pino recién cortado. Zidane acepta que los focos elijan a un recién llegado el año que él se despide del fútbol. Él mismo se encarga de dirigir uno de esos focos hacia Robinho diciendo de él que “lo que hace es bastante excepcional. Es tan hábil con el balón que impresiona a todo el mundo. Pero pienso que todavía no ha mostrado nada y vamos a aprender a conocer rápidamente a Robinho en Europa. Puede ser el heredero de Ronaldo y Ronaldinho. Lo que hace a su edad es extraordinario”.

Parece que los titulares de este año ya están atados a los tobillos de Robinho como las latas de un coche de recién casados. Todo ese ruido que se monte en la delantera a mí no me va a distraer de mi función de este año, Zidane, que es la de despedirte. Y empiezo a hacerlo desde este momento :

Adiós, Zidane.

domingo, 25 de abril de 2010

Cap 01 : La llave del baúl


Se vienen Ricardo y Ane y los padres de Marta a ver el partido a las nueve en el Canal+. Hace tanto calor que todos, menos Ricardo y yo, salen a la terraza a charlar y a ver la televisión desde ahí, aprovechando el poco fresco que corre. Agosto se despide de forma contundente. Y contundente se muestra Ronaldo en el primer gol, en el minuto cuatro del partido, girando sobre sí mismo al recibir el pase de Zidane y metiendo el balón con una eficacia ante la que sólo cabe asentir.

Quitando esa jugada, el Madrid vuelve a demostrar que es capaz de manejar el tiempo a su antojo : han pasado varios meses desde el último partido y uno tiene la impresión de que nada ha cambiado. Como decíamos ayer. ¿Qué es el Madrid? , se pregunta un personaje en “Real”, la anodina película sobre el Madrid. Pues el Madrid es esa sensación de que, aunque cambies a todos los jugadores, acabarás viendo al mismo equipo una y otra vez. El eterno retorno de Nietzsche pasado por el filtro del Marca, por decirlo de forma rápida.

Nuestros cuerpos, el de Ricardo y el mío, adoptan las misma postura de la temporada pasada. Empezamos el partido bien sentados, con la espalda pegada al sofá, que hay que cuidar la columna, y nos vamos dejando caer suavemente por la pendiente que marca el juego del Madrid, hasta que nuestra columna adquiere esa forma que provocaría un escalofrío a un especialista. ¡Qué le vamos a hacer!

El Cádiz va a lo suyo, jugando con la alegría del que se toma el partido ya como una celebración. Abrimos dos coca-colas frías y esperamos a que llegue el empate. Es cuestión de esperar, como saltar embadurnado de sangre a una piscina con tiburones. No sabes dónde te van a pegar el primer mordisco, pero puedes contar con él. Y ahí llega el mordisco, en el minuto sesenta y dos, en una bonita volea que tres defensas del Madrid ven con admiración. Esa actividad contemplativa es justificable debiéndole la novena copa de Europa a una pirueta de Zidane semejante a ésta. Sí, es la comparación que hay entre un vino de mesa y un Quercus, de acuerdo, pero por ahí van los tiros. Y el de Pavoni se cuela limpiamente en la portería de Casillas, al que le debe joder que el balón entre en un su portería con esa seguridad y de forma tan bonita, que la parte menos forofa de uno tiene que admitir que “joder, vaya gol”. Un sorbo a la coca-cola y a ver por dónde sale el Madrid.

Tiene el Madrid cierta tendencia a complicarse la vida, como Houdini. Él mismo pide más y más cadenas y algún voluntario, generalmente el entrenador, que le vaya rodeando con ellas con fuerza antes de meterse en un baúl repleto de agua y probar si sabe salir con vida de él. Se le quita el juego por las bandas, se deja que Gravesen se exprese con el braille de sus botas, se desorienta a Batista y se junta todo el juego en el centro. Uno hasta escucha el ruido del baúl al cerrarse y empieza a mirar con cierta desconfianza el reloj, sabiendo que, como no se arregle la cosa pronto, al abrir de nuevo la tapa el equipo va a estar con los pulmones llenos de agua y más muerto que vivo. Pero así son las cosas. Y otro trago a la coca-cola. Pasan los minutos, claro, y uno se da cuenta de la diferencia que hay entre la ficción y la realidad. Ojalá el fútbol fuera como se presenta en anuncios como el de Adidas, todos jugando en un campo suspendido en el aire por el que sólo se puede avanzar corriendo por las líneas. Tan eficiente y tan impactante. Sigue haciendo calor. El Madrid no hace ningún esfuerzo por salir de su baúl. Desde la terraza nos animan a que dejemos el partido y nos salgamos un rato, que hace fresco. No, contestamos, hay que aguantar hasta el final.

Y en el minuto sesenta y cinco Gravesen se marcha con menos tacos en la suela de los que tenía al entrar y Luxemburgo le permite a Robinho que se estrene de blanco. Y uno se pensaba que ahí había otra excusa para vender camisetas, o maquinillas de afeitar, o neumáticos, o móviles o bebidas refrescantes. Pero basta ese primer sombrero de Robinho para que uno vuelva a colocar la espalda en su correcta posición y no pueda creerse lo que está viendo : alguien que se mueve con el balón con suavidad y que lleva la camiseta del Madrid. Los comentaristas se tienen que meter las manos en los bolsillos buscando algún adjetivo que se acerque a lo que está pasando. Robinho pasa por encima de esos adjetivos improvisados como por las piernas de los contrarios. La gravedad, sólo hace falta fijarse, no es la misma para todos, como ya debí demostrar en algún examen injustamente valorado. Todos van más lentos, como si para ellos la película fuera el doble de despacio.

El Russell Crow de una mente maravillosa llenaba las pizarras con sus demostraciones. Aquí, Robinho, también se dedica a mostrar sus ecuaciones para que la cosa salga bien. Tan fácil y tan evidente. Ricardo y yo no decimos nada. Me siento como el que va a la última página del libro y se encuentra con la solución del problema. Instrucciones para marcar el segundo gol, llevarse los tres puntos del partido y dejar a los redactores de los periódicos con el problema de buscar un titular que no incluya ningún taco : Beckham lanza un pase, Robinho lo baja al suelo y se lo cede a un Ronaldo que se lleva el balón para pasárselo a un Raúl que pasaba por el área como el que visita la zona en la que vivió de pequeño y en la que fue feliz, tan feliz.

Como si nada : Robinho lleva al cuello la llave del baúl. Ni Ricardo ni yo tenemos calor ni sed cuando el partido se acaba. Dentro de mi cabeza escucho un pitido fuerte, como cuando te llevas una buena hostia. ¿Ves? Hostia es una palabra que no puedes utilizar, así que nada de “¡La hostia!” en el titular de mañana. A currárselo.