domingo, 25 de abril de 2010

Cap 01 : La llave del baúl


Se vienen Ricardo y Ane y los padres de Marta a ver el partido a las nueve en el Canal+. Hace tanto calor que todos, menos Ricardo y yo, salen a la terraza a charlar y a ver la televisión desde ahí, aprovechando el poco fresco que corre. Agosto se despide de forma contundente. Y contundente se muestra Ronaldo en el primer gol, en el minuto cuatro del partido, girando sobre sí mismo al recibir el pase de Zidane y metiendo el balón con una eficacia ante la que sólo cabe asentir.

Quitando esa jugada, el Madrid vuelve a demostrar que es capaz de manejar el tiempo a su antojo : han pasado varios meses desde el último partido y uno tiene la impresión de que nada ha cambiado. Como decíamos ayer. ¿Qué es el Madrid? , se pregunta un personaje en “Real”, la anodina película sobre el Madrid. Pues el Madrid es esa sensación de que, aunque cambies a todos los jugadores, acabarás viendo al mismo equipo una y otra vez. El eterno retorno de Nietzsche pasado por el filtro del Marca, por decirlo de forma rápida.

Nuestros cuerpos, el de Ricardo y el mío, adoptan las misma postura de la temporada pasada. Empezamos el partido bien sentados, con la espalda pegada al sofá, que hay que cuidar la columna, y nos vamos dejando caer suavemente por la pendiente que marca el juego del Madrid, hasta que nuestra columna adquiere esa forma que provocaría un escalofrío a un especialista. ¡Qué le vamos a hacer!

El Cádiz va a lo suyo, jugando con la alegría del que se toma el partido ya como una celebración. Abrimos dos coca-colas frías y esperamos a que llegue el empate. Es cuestión de esperar, como saltar embadurnado de sangre a una piscina con tiburones. No sabes dónde te van a pegar el primer mordisco, pero puedes contar con él. Y ahí llega el mordisco, en el minuto sesenta y dos, en una bonita volea que tres defensas del Madrid ven con admiración. Esa actividad contemplativa es justificable debiéndole la novena copa de Europa a una pirueta de Zidane semejante a ésta. Sí, es la comparación que hay entre un vino de mesa y un Quercus, de acuerdo, pero por ahí van los tiros. Y el de Pavoni se cuela limpiamente en la portería de Casillas, al que le debe joder que el balón entre en un su portería con esa seguridad y de forma tan bonita, que la parte menos forofa de uno tiene que admitir que “joder, vaya gol”. Un sorbo a la coca-cola y a ver por dónde sale el Madrid.

Tiene el Madrid cierta tendencia a complicarse la vida, como Houdini. Él mismo pide más y más cadenas y algún voluntario, generalmente el entrenador, que le vaya rodeando con ellas con fuerza antes de meterse en un baúl repleto de agua y probar si sabe salir con vida de él. Se le quita el juego por las bandas, se deja que Gravesen se exprese con el braille de sus botas, se desorienta a Batista y se junta todo el juego en el centro. Uno hasta escucha el ruido del baúl al cerrarse y empieza a mirar con cierta desconfianza el reloj, sabiendo que, como no se arregle la cosa pronto, al abrir de nuevo la tapa el equipo va a estar con los pulmones llenos de agua y más muerto que vivo. Pero así son las cosas. Y otro trago a la coca-cola. Pasan los minutos, claro, y uno se da cuenta de la diferencia que hay entre la ficción y la realidad. Ojalá el fútbol fuera como se presenta en anuncios como el de Adidas, todos jugando en un campo suspendido en el aire por el que sólo se puede avanzar corriendo por las líneas. Tan eficiente y tan impactante. Sigue haciendo calor. El Madrid no hace ningún esfuerzo por salir de su baúl. Desde la terraza nos animan a que dejemos el partido y nos salgamos un rato, que hace fresco. No, contestamos, hay que aguantar hasta el final.

Y en el minuto sesenta y cinco Gravesen se marcha con menos tacos en la suela de los que tenía al entrar y Luxemburgo le permite a Robinho que se estrene de blanco. Y uno se pensaba que ahí había otra excusa para vender camisetas, o maquinillas de afeitar, o neumáticos, o móviles o bebidas refrescantes. Pero basta ese primer sombrero de Robinho para que uno vuelva a colocar la espalda en su correcta posición y no pueda creerse lo que está viendo : alguien que se mueve con el balón con suavidad y que lleva la camiseta del Madrid. Los comentaristas se tienen que meter las manos en los bolsillos buscando algún adjetivo que se acerque a lo que está pasando. Robinho pasa por encima de esos adjetivos improvisados como por las piernas de los contrarios. La gravedad, sólo hace falta fijarse, no es la misma para todos, como ya debí demostrar en algún examen injustamente valorado. Todos van más lentos, como si para ellos la película fuera el doble de despacio.

El Russell Crow de una mente maravillosa llenaba las pizarras con sus demostraciones. Aquí, Robinho, también se dedica a mostrar sus ecuaciones para que la cosa salga bien. Tan fácil y tan evidente. Ricardo y yo no decimos nada. Me siento como el que va a la última página del libro y se encuentra con la solución del problema. Instrucciones para marcar el segundo gol, llevarse los tres puntos del partido y dejar a los redactores de los periódicos con el problema de buscar un titular que no incluya ningún taco : Beckham lanza un pase, Robinho lo baja al suelo y se lo cede a un Ronaldo que se lleva el balón para pasárselo a un Raúl que pasaba por el área como el que visita la zona en la que vivió de pequeño y en la que fue feliz, tan feliz.

Como si nada : Robinho lleva al cuello la llave del baúl. Ni Ricardo ni yo tenemos calor ni sed cuando el partido se acaba. Dentro de mi cabeza escucho un pitido fuerte, como cuando te llevas una buena hostia. ¿Ves? Hostia es una palabra que no puedes utilizar, así que nada de “¡La hostia!” en el titular de mañana. A currárselo.