lunes, 24 de mayo de 2010

Cap 05 : Fichaje de Sergio Ramos


El día de su primer cumpleaños, a los enanos les cubrieron de regalos. Una vez abiertos sobre el césped, apenas se veía un trozo de hierba. Como era de esperar, se sintieron atraídos por los manuales de instrucciones y por las etiquetas de los regalos. Todo ese despliegue de colores no cambio sus hábitos de juego. Al día siguiente, él seguía metiendo los dedos en los agujeros que encontraba en el suelo del garaje y ella arrancaba las petunias para metérselas en la boca y sonreírte con una extraña masa entre los dientes.


Florentino ha celebrado a la vez varios cumpleaños de Luxemburgo, el entrenador del Madrid, comprándole todos los jugadores que quería. También él los ha colocado sobre el césped, sonriente. El último regalo fue ayer , treinta y uno de Agosto, por la noche. El plazo se acaba, como en el cuento de Cenicienta, y ahí baja corriendo las escaleras Florentino, temiendo que el reloj dé las doce campanadas sin que él haya encontrado al dueño de la bota que lleva. Al llegar al vestuario que le han indicado, se encuentra con el último candidato para ese puesto. Florentino se pone de rodillas y le pide al muchacho que se pruebe la bota que Luxemburgo le dio con el mandato de ficharlo costara lo que costara. La bota encaja perfectamente en el pie.


-¿Y tú cómo te llamas?
-Sergio.
-¿Y tus apellidos?
-Veintisiete millones.


-Pues ya puedes vender camisetas tú. Espera, que le echo la firma a este talón - Con un talonario como el de Florentino, el resto de los equipos debe verse como una extensión de la cantera y la Liga un mero trámite para llegar a Europa. Los partidos, como ha aprendido Del Nido, que se extraña ahora de que le hayan comprado algo a lo que él puso precio, no sólo se juegan en el césped.


Sólo espero que el equipo, pasado el momento del deslumbramiento, no vuelva a jugar con esa defensa a la que ya nos tiene acostumbrados. Recuerdo el primer gol del Barça en el Nou Camp el año pasado, en el momento en el que Roberto Carlos decide que ahora toca una de arena, y los dedos se me agarrotan y un rápido cosquilleo me recorre la espalda. No hace falta que vuelva a golpear la mesa como entonces para que la mano me vuelva a doler.


-¿Pero tú eres tonto? – me gritó Marta.

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