martes, 3 de agosto de 2010

Cap 15 : ¿Y tú, qué haces en la vida?


El domingo por la mañana vemos que la enana tiene la parte inferior del ojo derecho inflamada y morada. Como el día anterior estuvimos en el campo, en casa de unos amigos, pensamos que puede haberla picado algún bicho. La explicación que nos damos no es muy convincente, porque lo de bicho engloba tanto a Andrea, una tortuga de más de setenta años que se esconde por el jardín, como a las hormigas que se subían por los pantalones mientras comíamos. A pesar de no ser muy exacta, funciona como excusa y tratamos de seguir con el domingo como si nada hubiera cambiado : desayuno, paseo, comida y reunión con otros amigos.

Antes de terminamos el zumo de naranja del desayuno decidimos que lo más sensato es ir a urgencias para quedarnos tranquilos. Llegamos al hospital a las doce. Marta entra con la enana. Yo me quedo en el coche con el enano, esperando a que se despierte para juntarnos con las mujeres. Una hora después entro con él en la sala, llena de padres con sus hijos.

-Acaban de hacerle unos análisis y estamos esperando los resultados – me dice Marta.

El equipo de urgencias lo forman dos enfermeras, dos pediatras y una recepcionista. Cada cierto tiempo entra y sale un hombre con uniforme azul llevándose los botes de orina y de sangre y trayendo los resultados. Como nuestros resultados tardan en llegar, puedo fijarme en todos los casos que van presentándose : un niño que se ha caído de un columpio, una niña que lleva con fiebre dos días, un bebé que no para de llorar, un niño con una tos ronca, un niño al que le duele la tripa desde ayer. Me sorprende la forma en la que los padres explican su caso a la chica morena de recepción. Dan la información necesaria sin añadir nada accesorio. Pocas veces la recepcionista tiene que hace más de un par de preguntas para abrir la ficha que pasa a las enfermeras.

Al rato, la pediatra que nos ha atendido, una mujer de unos cuarenta y cinco años, alta, delgada y con ese aire de maestra exigente que pide a los alumnos que se adapten a su ritmo, se asoma y pronuncia el nombre de la enana.

-Los análisis nos son buenos. Han salidos bastantes leucocitos, por lo que hay una infección seria. Una tema de bacterias . Quiero que le hagamos una placa y que la vea el oftalmólogo para decidir si los antibióticos se los vamos a dar por vía oral o en vena. Si es así, me gustaría ingresarla unos tres días para tenerla controlada.

Desaparecen los planes y la posibilidad de que todo fuera causa del picotazo de un bicho. Los dos sabíamos que nos engañábamos. Uno de los escasos poderes que se te conceden cuando eres padre es el de presentir el futuro con unos pocas horas de antelación de una forma vaga. A veces es una intuición y otras, como en nuestro caso, la sombra del remordimiento. La palabra bicho desaparece y su lugar la ocupa la palabra ingreso.

No es necesario que nos repartamos los papeles. Yo me quedo con él y Marta es la que se lleva a la enana a hacer las pruebas. Después de hacerle la placa, con comentarios de todas las enfermeras que tratan a la enana hacia su ojo, le echan unas gotas en los ojos para dilatarle la pupila. Mientras, llaman al oftalmólogo de guardia, que se presenta vestido de calle y con una forma de responder a las preguntas de Marta que mezcla la profesionalidad con la molestia de haber dejado una comida de domingo para valorar lo que la pediatra llama celulitis.

Es la propia pediatra la que nos vuelve a llamar para explicarnos los resultados.

-El oftalmólogo no le ha dado mucha importancia y la placa no presenta nada raro. De todas formas, creo que lo más apropiado es ingresarla.

Marta pasa con la enana a una sala apartada, donde trabajan las enfermeras, con tres camas. Yo me marcho a dejar al enano con mis padres. En el camino, el programa de deportes comenta el partido del Madrid contra el Alavés.

-Este es un equipo que tiene problemas con el primer tiempo. Hasta ahora, todos los partidos los ha solucionado en el segundo tiempo.

El “hasta ahora” hace referencia sólo a cinco partidos y la mención al segundo tiempo, hablando del Madrid, sobra por obvia : el Madrid pierde sus partidos en el primer tiempo y los gana en el segundo. Voy a quejarme en voz alta, pero prefiero no alterar al enano, que mira la silla vacía de su hermana como si ya sospechara que algo no va bien.

Una hora más tarde vuelvo al hospital y doy en recepción el nombre de mi hija, pensado que ya le habrán dado habitación.

-Todavía está en urgencias – me dice.

Las dos siguen donde las dejé. A la enana le han puesto una vía en la mano izquierda. Para que no se la quite, le han colocado la mano sobre una base de unos diez centímetros y se la han fijado con varias tiras de esparadrapo blanco.

-El hospital está lleno. Van a ver si nos encuentran habitación en el San Rafael o si nos mandan a otro.

Sólo se permite la presencia de un adulto en la sala, así que nos vamos turnando. En la cama del fondo, una madre pasa lentamente las hojas de su revista junto a un bebé que duerme. En la de al lado, una niña de unos cinco años respira oxígeno con una mascarillla. Su madre le coge la mano derecha y se la acaricia sin decirle nada. Mi hija estira su brazo derecho, pidiéndome que la lleve a ver los dibujos infantiles que están colgados de las paredes : dos conejos de pie, un circuito con tres coches y la clasificación de la carrera en la que Alonso es el primero, seguido por Kimi y Fisichella y un campo de fútbol en el que los jugadores del Madrid son cuadrados y los del Chelsea, redondos, con un resultado de tres a uno a favor del Madrid. La enana parece fascinada por el dibujo de los dos conejos. Y yo, tras tener que llevarla a verlo varias veces, también.

Si en la sala podía ver trabajar a la recepcionista, aquí sigo el ajetreo de las enfermeras, preparándole las fichas a las pediatras, colocando bolsas para que los niños orinen, ordenando las muestras, repartiendo termómetros, colocando vías y haciendo visitas a otros departamentos a por material. Hablan entre ellas como si estuvieran solas. En un momento entra nuestra pediatra.

-¡Este es el peor día desde verano! – comenta una de las enfermeras.
-Me lo vas a decir a mí, que llevo aquí desde las diez. ¿Quién es el siguiente?

Miro el reloj. Son ya las siete. Beso a mi hija en la nuca. Nos pasamos la siguiente hora visitando a la pareja de conejos cada cinco minutos. La recepcionista nos llama para decirnos que en el San Rafael tampoco hay sitio, que podemos elegir entre ir a Torrelodones o pasar la noche en la sala, por si quedara libre una habitación. Le pedimos tiempo para pensarlo. Una de las enfermeras se nos acerca y nos comenta confidencialmente que a ella Torrelodones le gusta mucho. Recuerdo a esas vendedoras de entradas del Fringe, el gran festival de teatro alternativo de Edimburgo, que tenían prohibido comentar nada de las obras representadas pero que siempre dejaban caer un comentario sobre alguna sin mirarte y sin dejar de teclear.

Aceptamos la opción de Torrelodones. Sólo queda esperar a que manden una ambulancia desde allí. A las nueve vienen a recoger a la enana. Marta sube con ella y yo les sigo. En el hospital de Torrelodones nos pasan a urgencias mientras nos asignan una habitación. Nos recibe una pediatra argentina que bromea con la enana, y, después de leer la ficha que le pasan los de la ambulancia, mandan que le pongan un suero con Nolotil. La enana tiene casi cuarenta grados. Son más de las diez y conserva una energía que a nosotros ya nos falta.

Seguimos viendo llegar a los padres con sus hijos. Las pediatras les escuchan con atención y en unos segundos deciden qué van a hacer. No sé si yo sería capaz de hacer un trabajo como ése. Envidio esa llamada de la vocación que te empuja hacia un fin en tu vida, aunque el camino no sea fácil y el trabajo resulte muy exigente : Un padre llega con su hija en pijama y una mano vendada. Un medico mayor se acerca a ver a la niña y habla con dos enfermeras. Mientras le traen lo que necesita, extiende una cortina azul para oculta a la niña. Veo los calcetines de la niña. Uno de ellos está manchado de sangre. Tres círculos rojos. El médico pasea por la sala con las manos a la espalda, ajeno a los gritos de dolor de la niña, que no deja de llamar a su madre. Veo que me sostiene la mirada al descubrir que le observo. ¿Y tú qué haces en la vida?, parece decirme. Cuando las enfermeras vuelven, él se pone dos guantes y se acerca a la niña. Los gritos suben de intensidad. Los pies se agitan con fuerza. El padre intenta, inútilmente, calmarla. Sólo el médico, que le va explicando lo poco que le queda para terminar, parece lograr algún efecto en ella.

La temperatura de la enana va bajando. La pediatra vuelve para mirarle los oídos y la boca.

-Se lo tenía que haber hecho antes, pero no quería molestarla más con la fiebre que tenía – nos dice.

Le preguntamos cuándo nos van a dar una habitación.

-Estamos desbordados – dice sonriendo, como si supiera que en el momento de utilizarla esa palabra ya quedara obsoleta para referirse a la realidad.

A las once nos dan una habitación, la doscientos once, sin cuna. Marta sale a hablar con las enfermeras, que le dicen que van a buscarnos una, pero que no pueden decirnos cuándo la tendremos. Media hora más tarde llaman a la puerta y una enfermera hablando en voz baja, como si hubiera obtenido la cuna con métodos poco éticos, nos dice que no ha podido encontrar las sábanas, que eso ya va a resultar imposible.

Nada más acostar a la enana, se queda dormida. Marta se tumba en la cama y yo ocupo el sofá. Me duelen los riñones La habitación está totalmente a oscuras. Por debajo de la rendija de la puerta principal entra un poco de luz. Escucho las respiraciones de mi mujer y de mi hija y siento que, de alguna forma, no estoy a la altura. Ese desnivel que no sé cómo cubrir.

Me obligo a pensar en otras cosas y es entonces cuando me pregunto si el Madrid habrá ganado. Tendré que esperar al día siguiente para leer la crónica del partido contra el Alavés que el Madrid gana por 0 a 3. Descubro la nueva forma que tienen los jugadores del Madrid de celebrar los goles. El periodista la llama “la cucaracha”. Por lo que veo en una fotografía consiste en tumbarse boca arriba y mover las piernas y los brazos. Ahí están, en el suelo, Ronaldo, Ronaldinho y Baptista. El periodista los disculpa. A mí, después de lo que he visto hoy, me parecen tres gilipollas haciendo el memo. Cuatro, si incluimos al condescendiente periodista.

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